I (El
encuentro)
El chamán se inclinó hacia mí con el
cuenco en la mano. Yo estaba acostado sobre una cama hecha de ramas y hojas. Su
otra mano me ayudaba a levantar la cabeza para beber la ayahuasca. Lo miré con aprensión porque sabía
que estaba a punto de iniciar la prueba más difícil de mi vida, tal como él me
lo había dicho.
Pocos días antes yo deambulaba por
las calles de Quito, la ciudad que me vio nacer y en la que siempre había
vivido, con un sentimiento de derrota y desesperanza. Me sentía agobiado,
furioso e impotente ante la violencia y la hipocresía del mundo. Un puñado de
empresarios dominando el planeta, ciegos ante la destrucción causada por su
materialismo absurdo, me habían hastiado profundamente. A todo ello se sumaba
la ruptura de una relación amorosa que tenía para mí el significado de un
fracaso como hombre y, en general, como ser humano. Mientras caminaba sin rumbo
sentía que había llegado al final de mis fuerzas. La tentación de dejarme
arrastrar por una depresión paralizante que me desconectara de la realidad era
demasiado fuerte. Muchas veces sentía deseos de morir.
Sumido en mis tristes pensamientos
escuché una voz a mis espaldas que me llamaba por mi nombre: “¡Andrés Costa!”.
Me di la vuelta y vi la figura de Juan Sprenger que se acercaba sonriente.
Hacía años no veía a Juan y quedé impresionado por su aspecto juvenil. No
olvido su sonrisa franca cuando se acercó para abrazarme al tiempo que me decía
lo mucho que se alegraba de verme.
Juan y yo habíamos estudiado juntos
en la secundaria y él había sido mi mejor amigo, aparte de ser un estudiante
excepcional. Después le perdí el rastro por un tiempo y cuando lo volví a ver
se había graduado como médico y trabajaba en un hospital mientras se
especializaba en psiquiatría. Mientras tanto, después de deambular por algunos
empleos mal remunerados, yo me había dedicado a los negocios. Siempre había
sentido gran admiración por mi amigo, así que hice averiguaciones y supe que se
había convertido en un psiquiatra muy querido por sus pacientes y muy apreciado
en el ambiente médico, pero volví a perderle el rastro. Lo último que había
sabido de él era que sus investigaciones y conferencias lo llevaban con
frecuencia al extranjero. También supe que iba una que otra vez a la selva
amazónica. Se comentaba que estaba en contacto con tribus que le daban a
conocer plantas con propiedades curativas. Esas historias aumentaban mi
admiración por Juan como hombre de ciencia, aunque el asunto en sí no me
interesaba mayor cosa. Debo aclarar que él era hijo de un ingeniero holandés y
de una investigadora social quiteña, hija de españoles inmigrantes. Juan era
hijo único y recibió de sus padres un constante estímulo para su rica vida
intelectual. Por eso había viajado por el mundo entero. Como todo lo
relacionado con asuntos intelectuales y científicos, el aprendizaje de idiomas
era un juego de niños para él.
II (El viaje)
El día de nuestro encuentro Juan me
invitó a una cafetería cercana. Vi que me miraba como examinándome pero no hizo
ningún comentario. Mientras tomábamos café me preguntó cómo me iban las cosas y
le conté en forma breve y escueta que mi mundo se había venido abajo. Juan me
escuchó con atención sin dejar de mirarme. Al final me dijo:
–Dentro de tres días iré a la selva
con un grupo de pacientes. Estaremos allá casi una semana. Quiero que nos
acompañes.
–Juan, me coges de sorpresa, no estoy
de ánimo para hacer un viaje que, en este momento, hasta miedo me produce. Yo
soy citadino, nada de selvas, montañas, ríos, animales ni cosas parecidas.
–Este encuentro no es una casualidad,
amigo. La vida te está haciendo un regalo, tómalo y confía en mí.
Juan me hablaba con convicción,
mirándome a los ojos. Su mirada y sus palabras me hacían sentir que algo dentro
de mí luchaba buscando salvación. Le pedí que me permitiera considerarlo hasta
el día siguiente. Aceptó, con la condición de que solo me esperaría hasta ese
plazo, no podía demorarse más. Volví a mi apartamento, me senté en el sofá de
la salita, hice un par de llamadas que me confirmaron que mi negocio no iba a
ninguna parte y me quedé mirando el teléfono celular en mi mano, pensando en mi
triste situación.
Todo se había vuelto difícil y duro
para mí, aunque decir que mi vida había cambiado era irónico. En realidad nunca
había sido fácil. Fui un niño enfermizo, el quinto hijo de un hogar muy pobre.
En mi casa el hambre y las penurias eran asiduas visitantes, por eso mis padres
no pudieron costearme una carrera universitaria. En el colegio fui muchas veces
víctima de crueles burlas y abusos de mis compañeros. En la secundaria el
maltrato emocional por parte de mis compañeros disminuyó mucho a causa de mi
amistad con Juan Sprenger, a quien respetaban. Era alto, atlético, estrella de
los deportes y hombre de recia personalidad. Todos sabían que él nunca
permitiría que se me hiciera matoneo de ninguna clase. Pero algunas cosas
pasaron sin que él se diera cuenta. Parecía que yo llevaba un letrero en mi
frente que indicaba a los demás que podían tratarme a su antojo. Muchas veces
al hablar no era escuchado, los demás no parecían dar importancia a mis
palabras.
Al terminar la secundaria conseguí un
trabajo de vendedor en una tienda. Mis padres empezaron a recibir ayuda
económica de mis hermanos mayores, de modo que pude empezar a ahorrar. Al cabo
de varios años de modestos trabajos tenía suficiente dinero ahorrado para
empezar un pequeño negocio que fue creciendo hasta permitirme una vida
desahogada. Después de la temprana muerte de mis padres compré un apartamento
en un barrio residencial de Quito. Cuando cumplí 31 años, después de una serie
de amoríos que nunca llegaron a nada, conocí a Gabriela Díaz. Poco después
iniciamos una relación y nos instalamos en mi apartamento. Ella tenía 22 años.
Nuestros primeros meses juntos fueron de felicidad, o eso creía yo que no sabía
qué era la felicidad. De pronto empezamos a discutir por tonterías y las peleas
fueron empeorando hasta llevarnos a la separación dos años después de haber
comenzado nuestra relación, que terminó sin haber tenido hijos. Ahora, a mis 35
años, me sentía un hombre acabado. Después del fracaso de mi relación de
pareja, le siguieron el de mis negocios y el deterioro de mi salud. Mi cuerpo
había empezado a acusar los golpes de una vida de tensiones y sufrimiento
emocional. Comencé a sufrir fuertes jaquecas, dolores de espalda, problemas
digestivos, palpitaciones y molestias en las articulaciones, entre otros males.
Después de un buen rato de estar
pensando en lo absurdo de mi situación, llamé a Juan. Le dije que iría pero que
no tenía ningún dinero para afrontar los gastos del viaje. A lo cual, mi amigo
respondió:
–No te preocupes por eso, sé que
estás en serias dificultades económicas y no puedes pagar los gastos.
No podía creer lo que oía. Se trataba
de un viaje a un lugar que supuestamente traería salud y bienestar a mi vida.
Sin embargo, no podía evitar sentirme aterrorizado ante la idea de estar en la
selva. Me cuidé muy bien de decirle esto último a Juan, pero sentí que él ya lo
sabía.
Partimos desde Quito muy temprano una
mañana y mi miedo fue aumentando al ver que el avión, más bien pequeño, casi
rozaba las copas de los árboles. Entonces me dije a mí mismo: “¿No querías
morir? Pues aquí lo tienes. No vale el miedo ahora”. Me sentí como un cobarde; y,
viéndolo bien –pensaba– eso es lo que había sido siempre, un cobarde.
III (La selva)
Después del aterrizaje en una pista
rústica de algún lugar de la selva fui presentado, junto con los demás
participantes del viaje, a varios indígenas de la tribu chora. Juan y uno de
los indígenas, que había estudiado en la Universidad Central del Ecuador, nos
servían de intérpretes. Inmediatamente iniciamos un recorrido a pie que duró
más de tres horas en medio del follaje. El miedo que había experimentado en el
avión no era nada comparado con el terror que sentía caminando en medio de la
selva. Aunque confiaba en Juan y sabía que era una caminata segura, no podía
evitar el temblor que recorría mi cuerpo.
Por fin, cuando moría la tarde,
llegamos a un poblado ubicado en un hermoso y amplio claro, con algunos árboles
frondosos situados por aquí y por allí, que daban sombra y belleza al
lugar. Cerca de la aldea había una
especie de laguna formada por una gran cascada. Juan me explicó que ese
maravilloso manantial era fuente de vida y los choras lo consideraban sagrado.
Más tarde, me presentó al chamán Boito, un anciano que tenía el vigor de un
hombre joven. El chamán me miró sonriente y me dijo que hablaba español. Me
invitó a sentarme con él, me explicó que debía descansar esa noche después de
cenar y que al día siguiente Juan me llevaría con él para iniciar un proceso de
sanación conmigo. Las otras personas del viaje también serían atendidas por él
pero parecía tener un interés especial en mí.
Mi primera noche en la selva,
acostado en una hamaca, dentro de una pequeña choza que me habían asignado, fue
terrorífica. Me despertaba con frecuencia pensando que en cualquier momento
saltaría un jaguar sobre mí, o que un grupo de caníbales asaltarían el lugar, o
que una anaconda me asfixiaría. Al fin, pude conciliar el sueño. El día llegó
pronto y fui despertado por Juan, quien me indicó que al lado de la choza había
un cuartito de aseo. Ese día, y en los que siguieron, pude comprobar la
existencia de un rudimentario aunque magnífico sistema de aseo e higiene en la
tribu de los choras.
Esa mañana Juan me condujo a la choza
de una anciana que me brindó un desayuno que consistía en unos bollos de maíz y
una bebida de sabor un poco extraño pero agradable. La mujer me atendió
solícita y siempre sonriente, aunque solo podíamos comunicarnos por gestos y
señas. Después supe que yo era el único que estaba en una choza solo y que mi
alimentación estaba a cargo de la anciana. Los demás, incluido Juan, ocupaban
una choza grande y usaban un comedor común y un mismo cuarto de baño.
Más tarde, fui conducido por un joven
indígena hacia donde se encontraba Boito esperándome sentado en un banquito.
Con una expresión de seriedad en su rostro, el chamán me recibió y me indicó
que me sentara en el suelo, al frente suyo. Me pidió que le contara los
principales detalles de la historia de mi vida, sin omitir nada. A medida que
yo hablaba, para mi sorpresa, todo fluía. Los recuerdos aparecían ante mí como
en una pantalla y las palabras salían de mi boca sin ninguna dificultad. Al
finalizar mi narración Boito se quedó un momento en silencio mirando a lo
lejos. Después volvió la mirada hacia mí, diciéndome:
–Tendrás dos días de preparación y
desintoxicación para una prueba en la cual beberás ayahuasca. Será la prueba de
tu vida, la que indicará si eres digno de haber venido a la selva a ser curado,
la que te probará como hombre y como ser humano.
Durante los dos días siguientes fui
alimentado con raíces, hojas y cocimientos de hierbas. También pude
relacionarme con las otras personas que habían viajado conmigo y fui presentado
a varios indígenas que me llevaron a conocer a sus familias. Los viajeros y los
indígenas se mostraban muy amables conmigo. El grupo de pacientes de Juan
estaba constituido por tres mujeres y cuatro hombres. Alberto y Ana estaban
recién casados y eran los únicos jóvenes. Los otros cinco miembros del grupo
eran personas mayores. Me enteré de que todos eran profesionales, poseedores de
gran cultura. Nunca pregunté nada pero supe de manera intuitiva que padecían
alguna dolencia emocional.
El día anterior a la prueba tuve
vivencias que perturbaron mi estado de ánimo, cada una de distinta manera y con
diferente intensidad. Por la mañana, había salido a caminar un poco después de
un brebaje que me dio a beber la anciana encargada de darme los alimentos y los
cocimientos. Juan y el chamán me indicaron que podía caminar libremente dentro
de los límites de la aldea, que eran seguros y que ya había recorrido con los
viajeros y con un grupo de indígenas. Al poco tiempo, encontré a Ana sentada en
el suelo debajo de un árbol, me sonrió y me invitó a sentarme a su lado. Lo
hice, y hablamos un poco acerca de la diferencia de estilos de vida de las
grandes ciudades y la selva. Observé que era muy bonita. En algún momento
comencé a ponerme nervioso y a mirar con disimulo a mi alrededor para saber si
su esposo andaba por ahí. ¿Era coquetería lo que percibía en las palabras y en
la mirada de Ana? Y entonces empecé a darme cuenta de que aquella mujer me
gustaba. Me agradaban su manera de decir las cosas, su forma de mirarme y su
cuerpo esbelto. Me sentía contento e incómodo al mismo tiempo. Así estuvimos un
rato hasta cuando llegó su esposo, muy cordial y afable. Me di cuenta de que
era un hombre de aspecto agradable y finas maneras. Me despedí de ellos y sentí
una gran incomodidad. De repente, sentí que ese hombre no me caía bien. Otros
como él, niños bonitos y de vida cómoda, me habían amargado la vida, muchas
veces.
Más adelante, encontré en mi camino a
la anciana que me había dado el brebaje. Siempre sonriente, se mostró contenta
de verme, pero yo sentí un ataque de repugnancia y de desprecio hacia ella. De
repente, me molestaron su sonrisa, su cortesía y su presencia. No podía
explicarme lo que me pasaba y me despedí de ella como pude. Seguí caminando y
vi a la nieta del chamán bañándose desnuda en un arroyuelo que se desprendía
del manantial, un poco por debajo del nivel del piso en que me encontraba. Era
una chica como de 14 años que había estado mirándome con curiosidad desde el
primer día. Yo paré bruscamente cuando la vi desnuda; si bien su cara era la de
una niña, su cuerpo hermoso era el de una mujer muy bien formada. Ella miró
hacia arriba, me sonrió y siguió echándose agua tranquilamente. Me quedé allí y
volvió a mirarme con una sonrisa traviesa dibujada en su cara. Después bajó la
cabeza como si tuviera vergüenza de que la viera desnuda, pero seguía sonriendo
con picardía y mirándome. Sentí desasosiego, dejé de mirarla y me devolví sin
dejar de pensar en ese cuerpo hermoso.
Antes de llegar a la choza que me
habían asignado me encontré con Juan. Me sonrió y me abrazó.
– ¿Cómo te sientes? –me preguntó.
–Físicamente me siento muy bien,
mejor que nunca. Pero siento mucho miedo de la prueba que me espera mañana.
–Debes estar tranquilo. Cuanto más
tranquilo estés mejor irán las cosas. Estás en las mejores manos.
Lo vi alejarse y entonces experimenté
algo de lo que nunca había sido consciente y que esta vez era muy claro para
mí. La admiración que siempre había sentido por ese hombre apuesto y elegante
estaba untada de celos y envidia. Lo vi alejarse y sentí una punzada de rabia.
La vida le había sonreído siempre, el éxito había sido su compañero
inseparable, las mujeres siempre se habían derretido por él. Juan era el hombre
perfecto, y perfecta era su vida. El día en que nos encontramos después de
muchos años me mostró una fotografía en la que estaba él con su esposa y sus
dos pequeñas hijas. Cuánta belleza y exquisitez había en los seres que mostraba
esa fotografía. Pensé que Juan era un suertudo que todo lo había conseguido
fácilmente. ¿Qué mérito podía tener un hombre que había transitado siempre por
un camino de rosas? Sentí que mi desasosiego aumentaba cuando me recosté en la
hamaca, amargado, triste y sintiéndome culpable de pecados que no sabía bien en
qué consistían.
IV (La prueba)
Ayudado por el chamán bebí despacio
toda la ayahuasca que contenía el cuenco. Mientras bebía, Boito me repetía lo
que ya me había explicado. Se trataba de la gran prueba de mi vida, nada de lo
que había vivido hasta ese momento, por más intenso que hubiera sido, podía
compararse con lo que iba a vivir ese día.
–Tu fortaleza espiritual –me
dijo– y tu entereza moral serán tus
herramientas para afrontar lo que te espera. Después de esta experiencia,
sabremos si eres digno de haber venido aquí. Si no pasas la prueba, en
adelante, tendrás que arreglártelas como puedas en tu andar por la vida. Juan
te ha traído porque te aprecia mucho. Debes saber que él es un representante nuestro en lo que llaman
civilización. Alguna que otra vez viene aquí, solo o acompañado, para recibir
nuestra ayuda y nuestra guía. Como dirían ustedes, cuando Juan viene aquí
recarga baterías para continuar la misión que se le ha encomendado en el mundo
de ustedes, que se encuentra sumido en la ceguera de la destrucción. Pachamama
-la madre Tierra- y nuestros dioses sienten pesar por ustedes y han decidido
ayudarlos a través de seres como Juan.
– ¿Qué debo hacer ahora? ¿Tendré que
estar aquí acostado?
–Podrás moverte libremente y hablar
con quien quieras.
Boito se alejó de mí. Todavía
acostado en la cama de ramas y hojas yo pensaba que me sentía bien. Eso era una
buena señal. Podía ver que todas las personas de la tribu y los viajeros
andaban por ahí, cada uno en lo suyo.
Me levanté y empecé a caminar. Estaba
tranquilo, el miedo que había sentido se había alejado. Escuchaba las voces de
las personas y el viento que movía las hojas de los árboles. De repente, me
acometieron violentas ganas de vomitar. Me sujeté con fuerza de un árbol y
vomité sobre la hierba durante un rato que me pareció eterno. Boito volvió a mi
lado y me habló con palabras tranquilizadoras asegurándome que el vómito se
presentaba muchas veces al ingerir ayahuasca. Me ayudó a acostarme de nuevo y
me dijo que cuando me sintiera mejor podría volver a dar un paseo. Se alejó
mientras yo me reponía.
Poco a poco, me calmé y me levanté de
nuevo. Volví a caminar por la senda que conocía. Después, vi a Ana sentada en
el mismo sitio del día anterior. Pensé que le gustaba sentarse allí, la saludé
con la mano y ella me llamó. Sentí una punzada de angustia, quería seguir
caminando y también quería quedarme a conversar con ella. Finalmente accedí, me
senté a su lado y comencé a disfrutar de su presencia. Me encantaba su forma de
mover las manos y su cuerpo mientras hablaba de cosas que no recuerdo. Aparte
de ser muy bonita, Ana era esbelta, fina y distinguida. La observé atentamente
para ver si percibía la coquetería del día anterior, pero solo la veía sonreír
con franqueza. Me daba igual, ya me había coqueteado, ya me había hecho una
invitación sutil, de modo que me acerqué despacio. Miré hacia todos lados para
ver si se acercaba alguien pero me di cuenta de que estábamos solos. Esa mujer
me gustaba mucho, sentí que me enloquecía su cercanía y en un impulso le
acaricié la cara. Ella se echó hacia atrás y me miró asustada. Yo supuse que su
gesto se debía al temor de que alguien nos viera y le hablé suavemente para que
se tranquilizara.
–No te preocupes, no hay nadie por
aquí. Podemos escondernos ahí detrás –le dije, señalándole un arbusto que había
próximo a nosotros–, nadie podrá vernos.
Ella me miró horrorizada e intentó
levantarse. Entonces, la tomé del brazo y la empujé hacia el arbusto besándola
en el cuello y hablándole al oído. En ese momento oí la voz de su esposo a mis
espaldas gritándome algo. Me di la vuelta, furioso, y le grité:
– ¡Déjanos en paz! ¡Ella no te ama!
¡Los hombres como tú, criados en medio de comodidades, creen que todo lo pueden
obtener con facilidad! ¡Aléjate cretino!
Repentinamente, un lobo apareció a mi
lado. Me asusté mucho pero me di cuenta de que el animal tiraba de mi manga sin
hacerme daño y me obligaba a alejarme del lugar. Cuando estuvimos lejos me
soltó y yo me senté sobre un tronco. Una angustia repentina y una tristeza
profunda se apoderaron de mí, mientras el lobo me miraba. En ese momento, no me
importaba mucho el lobo. Lo único que me importaba era mi encuentro frustrado
con Ana. Sentía rabia, estaba muy molesto por la aparición inoportuna de su
esposo. Él me recordaba a los niños de familias acomodadas que me habían hecho
sufrir y que yo ahora despreciaba. ¿Por qué no me había dado cuenta antes del
desprecio que sentía por ellos? Pero había algo más, un sentimiento que no
podía explicar. ¿Culpa? ¿De qué?
El lobo se alejó de mí y subió por
una colina. De repente una voz resonó dentro de mí. “Alcánzalo, no puedes
alejarte de él”, me decía claramente. Empecé a correr detrás del lobo, que
seguía alejándose. Cuando ascendía corriendo por la colina tratando de alcanzar
al animal vi a la anciana del brebaje, que venía descendiendo. Al acercarse me sonrió y me
ofreció frutas que traía en una bandeja. Sentí fastidio por esa sonrisa y le
grité:
– ¡No te atravieses en mi camino! ¡No
quiero verte nunca más! ¡No me molestes!
Ella seguía sonriéndome y
ofreciéndome frutas. Sentí una ira terrible y miré angustiado hacia lo alto de
la colina pensando que el lobo se me escaparía. Volví a correr en busca del
animal pero una repentina y terrible tristeza me hizo mirar hacia atrás para
ver si la anciana seguía allí. En efecto, allí estaba y me sonreía con dulzura.
Quedé paralizado, pero la voz volvió a resonar dentro de mí instándome a buscar
al lobo. Me olvidé de la anciana y seguí corriendo en busca del lobo, pero no
podía verlo por ninguna parte. Me senté sobre una pequeña roca que estaba a un
lado del camino y el desasosiego se apoderó de mí. Volví a ponerme de pie para
tratar de encontrar al lobo y entonces me di cuenta de que estaba pasando otra
vez cerca del arroyuelo que había visto el día anterior, y otra vez volví a ver
a la chica indígena bañándose desnuda. Me detuve y esta vez la contemplé sin
disimulo. Ella alzó la cabeza y me miró con una expresión de serenidad mientras
yo comenzaba a bajar hacia el arroyo. Sentía unas ganas locas de tocarla, de
acariciarla. De nuevo, un tirón repentino de la manga, de nuevo, el lobo
apartándome del lugar.
Cuando estuvimos lejos del arroyuelo
el lobo me soltó la manga y siguió caminando a mi lado. Yo lo miré como
preguntándole qué hacía allí, pero él seguía caminando. Otra vez el sentimiento
de culpa, de nuevo la angustia. Me senté en el suelo sin que me importara si el
lobo se quedaba o se alejaba. Algo dentro de mí se manifestaba con una fuerza
feroz. Algo que me hacía sentirme indigno de todo, indigno de estar allí,
indigno de vivir. Levanté la cabeza y el chamán estaba delante de mí. Sin
decirme nada me tendió su mano y me llevó de vuelta al lugar donde había bebido
la ayahuasca. Me tendí sobre la cama y una indescriptible sensación de fracaso
me invadió.
V (El juicio)
Me desperté de un largo sueño y vi
que el chamán estaba a mi lado, sentado sobre el pequeño tronco, mirándome.
Después de un rato en silencio me dijo:
–La prueba ha terminado.
–Lo sé. –Dije con inmensa tristeza.
– ¿Sientes que perdiste la prueba?
–No me importa la prueba. Estoy
dolido y furioso. Quiero irme cuanto antes de aquí sin ver a nadie.
– ¿Por qué?
–Porque estoy avergonzado. Por favor…
–¿Avergonzado ante quién? –Boito no
cedía.
–Ante todos ustedes, ante las
personas que he insultado y ante las que he intentado hacer daño; pero,
principalmente, ante mí mismo.
–Saldrás de aquí con todos. Tendrás
que verlos y ellos te verán. Mañana nos reuniremos en el salón sagrado.
–No, por favor. No estaré en esa
reunión. No necesito estar en ella.
–Todos los que vinieron tendrán que
reunirse con mi nieta y conmigo allí. Andrés, conozco todo lo que te pasó.
Efectivamente, fue vergonzoso, sucio y mezquino.
– ¿Lo sabe todo?
–Inclusive los pensamientos que
tuviste. Tus pensamientos, tus intenciones, tus frustraciones, tu sentimiento
de culpa.
Me demoré un momento tratando de
asimilar lo que acababa de escuchar. Con gran vergüenza le dije:
–Claro, por supuesto. Por favor, se
lo suplico, soy indigno de estar en su presencia. Déjeme solo y no me obligue a
ir a esa reunión.
Sin inmutarse me dijo:
–Hablaremos de este asunto ahora.
–Por Dios, no. –Supliqué.
–Es necesario. Ayer Itamiki te dio a
beber un brebaje por la mañana.
– ¿Quién?
–Itamiki. Ni siquiera te interesó
conocer su nombre. Desde el primer día te ha atendido con esmero y cuidado. No
solo no aprendiste su nombre sino que la miraste con desprecio y la insultaste.
–Oh, Dios mío. Pero, ¿tenemos que
hablar también de lo que pasó antes de la prueba?
–En realidad, tu prueba empezó desde
tu primer día en la selva. A propósito de tu viaje hasta aquí, hablemos de
Juan.
No dije nada, pero miré a Boito con
ojos suplicantes. El siguió hablando con severidad.
–Ya te expliqué que Juan es un ser de
mucho valor para nosotros y para la humanidad. Para ti ha sido un ángel, desde
que te conoce te ha bridado una amistad sincera y noble; sin embargo, eso no te
impidió albergar hacia él sentimientos de celos y envidia. Fuiste injusto al
juzgarlo.
El chamán seguía implacable en el
juicio que me hacía. Dijo:
–Ahora hablemos de Ana y Alberto. No
tuviste ningún impedimento moral para tratar de seducir a una mujer correcta,
esposa de alguien que te brindó su amistad con gentileza. Ambos te la
brindaron.
–Ella me estaba coqueteando –me
defendí–, usted lo sabe.
–Solamente estaba siendo amable. La
coquetería que viste en ella solo estaba en tu mente, en tu deseo.
– ¿Cómo puede ser eso? Yo vi…
–Viste lo que querías ver. ¿Y qué me
dices de lo que pensaste de su esposo y de la forma como lo trataste?
–No entiendo nada –dije
apesadumbrado–. Quiero irme de aquí.
–No hemos terminado. ¿Qué me dices de
tu comportamiento con mi nieta?
–Ella… también…
– ¿Te coqueteaba? De nuevo tu deseo
fabricó algo que nunca existió. De todas maneras, no te importó que ella es
casi una niña y que es mi nieta. Tampoco te importó haber recibido un
tratamiento especial por parte de nosotros. Deshonraste nuestra hospitalidad.
Quedé en silencio, me resultaba muy
difícil procesar lo ocurrido, mucho menos entenderlo. No obstante, nadie tenía
que decírmelo: yo era absolutamente indigno de recibir ayuda, de estar allí.
Por eso quería esconderme de todos e irme cuanto antes. El chamán me dijo:
–Esta conversación ha terminado. Ve a
descansar, mañana nos reuniremos muy temprano en el salón sagrado.
Quise gritarle, suplicarle que me
evitara más humillación, pero me quedé callado y me fui a mi choza.
Afortunadamente nadie más me vio.
VI (La
sentencia)
Extrañamente, a pesar de mi angustia,
dormí muy bien. Al día siguiente, como en los días anteriores, tomé mi baño.
Después, Itamiki me sirvió un delicioso desayuno que contenía carne de algún
animal, yuca, verduras y una agradable bebida con sabor vegetal. La anciana se
mostraba más sonriente y amable esa mañana, pero yo no me atrevía a mirarla a
la cara.
Un poco más tarde dos muchachos
fuertes y risueños vinieron por mí y me llevaron a una choza muy grande que era
el salón sagrado. Allí estaban todos los viajeros sentados en círculo en el
suelo. Todos me saludaron alegremente al verme; yo no salía de mi sorpresa. En
el centro de la choza se encontraba el chamán, ataviado con plumas y mantas de
colores. A su lado estaba su nieta, vestida de manera semejante.
Boito dijo con solemnidad:
–Esta es mi nieta Numita, ella tiene
disposición especial para el chamanismo y yo le estoy enseñando lo que sé, pero
pronto me superará y tomará mi lugar. Ustedes, todos, están curados de los
males que los aquejaban. De ahora en adelante no solo continuarán sus labores
donde viven sino que nos ayudarán a frenar la locura del hombre civilizado.
Pachamama tiene que empezar a sanar las heridas que la ceguera, la ambición y
la necedad le han causado. Nuestros dioses nos ayudan a nosotros. Ustedes
tendrán que pedir ayuda a sus propios dioses. En todo caso, serán asistidos.
Ahora, quiero hablar de Andrés Costa. Ha sido traído aquí por nuestro querido
Juan. Hoy es un día de alegría. Andrés ha sido curado y preparado para ser
nuestro representante en el mundo de ustedes. Tiene poder sanador. Hasta ahora
Juan ha tenido que venir varias veces a recibir nuestra guía, pero ahora no
estará solo allá, cualquier asunto que le preocupe o inquiete podrá
consultárselo a Andrés. El nuevo representante ni siquiera tendrá necesidad de
venir, lo hará si quiere. Él y yo podremos comunicarnos mentalmente cada vez
que sea necesario. Pronto, Numita también podrá estar comunicada con él cuando
lo consideremos conveniente.
Yo no salía de mi sorpresa. Estaba
aturdido, lo que escuchaba me producía duda e inquietud, pero también regocijo.
No entendía cómo todos me abrazaban llenos de alegría. Al fin, salieron detrás
de Boito y Numita, pero Juan se quedó a mi lado y me dijo:
–Me imagino que tienes preguntas.
–Así es. Explícame todo, por favor.
–Andrés, como te dijo Boito, tu
prueba empezó el día en que pusiste los pies en la selva. El día anterior al
que se te dijo que sería la gran prueba hubo un rito preparatorio. Itamiki te
dio una bebida preparada con hierbas escogidas por el chamán especialmente para
ti, cuya finalidad era hacer que salieran a la luz los enemigos a los que
debías enfrentarte. Él estaba controlando todo porque todo el tiempo su mente y
la tuya han estado conectadas, solo que tú no lo sabías. Lo que te pasó con
Ana, con Numita, con Itamiki, con el esposo de Ana y conmigo fueron vivencias
necesarias para hacer frente a tus demonios.
–Todavía no acabo de entender. Tú
siempre fuiste mi amigo, me trajiste aquí para ser sanado. Tú has sido el
representante de ellos en nuestro mundo, eres médico. Y resulta que yo, que no
sé nada de medicina… que me he portado como un canalla…
–Andrés, no te sientas mal por lo que
pensaste de mí. Yo estoy al tanto de todo, el chamán me lo ha comunicado porque
era necesario que yo también lo supiera. Yo estoy feliz de que tú seas ahora el
representante de estas gentes maravillosas en nuestro mundo. No necesitas saber
medicina, tienes el don de curar. Es algo que yo estoy desarrollando con mucho
esfuerzo, pero estoy muy lejos de tu nivel. Aunque desarrollar no es la palabra
correcta; se trata de despertar algo que está adormecido dentro de mí. Todos
tenemos facultades que se durmieron a causa de lo que llamamos civilización. En
tu caso, la facultad de sanación despertó en pocos días debido a que has recorrido
un camino duro, traumático y perfecto para que llegaras al punto en que te
encuentras ahora. ¿Sabías que el sufrimiento es una escuela poderosísima? En
cuanto a lo que pensaste acerca de mí, no te faltaba razón, todo ha sido fácil
para mí. En cambio tú has luchado solo, con mucho sufrimiento. Pero todo lo
vivido por ti desde tu niñez ha sido una preparación para esta misión que
empieza ahora, a tus 35 años. Y ya no andarás solo por la vida, tu ángel
guardián siempre estará contigo, guiándote, confortándote. Y tú sentirás su
amorosa presencia aunque no lo veas. Nada de lo que necesites te faltará. Una
cosa más: no podrás ayudar a todo el mundo. La vida pondrá delante de ti a las
personas que debes ayudar. Hay otras personas que deben vivir el sufrimiento,
ese es su camino de aprendizaje. Tú mismo te darás cuenta si algún día te topas
con ellas. También sabrás ver cuando alguien esté próximo a terminar su ciclo
en la tierra a través de una enfermedad. Ese proceso hay que respetarlo y
bendecirlo. Como también hay que respetar y bendecir el hecho de que seguiremos
siendo seres humanos con cualidades, defectos, potencialidades y limitaciones…
En la imperfección está la perfección.
–Tengo una pregunta, Juan. Lo que me
pasó, lo que viví el día previo a la gran prueba fue…
–Lo que viviste ese día, los
encuentros que tuviste, todo fue real. Lo único que se salió del marco de la
realidad fue la forma como interpretaste las cosas, pero eso fue lo que
permitió a Boito conocer a los enemigos que tendrías que vencer, que estaban
dentro de ti. Ya no están. A propósito, después de esta consulta que me haces
no volverás a consultarme sobre estas cosas. De ahora en adelante yo te
consultaré.
–Pero mis vivencias del día de la
prueba…
–Te levantaste, caminaste un poco y
vomitaste. Entonces Boito te condujo de regreso al camastro. Lo que viviste
después ocurrió solo en tu mente.
–Claro, ahora entiendo. Aun así,
perdí la prueba. Para mí es como si hubiera sido real; lo que cuenta son los
pensamientos y sentimientos que tuve hacia Itamiki, hacia el esposo de Ana,
hacia ti. Las intenciones mezquinas y bajas que tuve respecto a Ana y a Numita.
–Lo que cuenta es toda la angustia
que sufriste después de cada experiencia, el terrible sentimiento de culpa que
te acosó y que te enseñó. Si no hubieras vivido ese sufrimiento, entonces sí
habrías perdido la prueba.
Recordé lo miserable que me había
sentido por haber tratado de seducir a Ana y a la nieta del chamán, por haber
insultado a Alberto, por haber sentido tanto desprecio por la buena anciana y
haberla tratado tan mal, y por haber albergado sentimientos bajos hacia el
hombre que hablaba conmigo.
– ¿Qué representaba el lobo?
–pregunté, sabiendo que esa no era tierra de lobos.
–El lobo era tu conciencia, tu ángel
guardián, tu espíritu protector.
– ¿Siempre se manifiesta en forma de
lobo?
–Tienes afinidad con el lobo. Pero en
tu caso, como fuiste educado en la fe católica, pudiste haber visto la imagen
del ángel que formaste en tu mente desde niño. O pudiste haber visto una imagen
de la Virgen María o de Jesús. Pero te alejaste de tu iglesia hace mucho
tiempo.
–Tal vez sea hora de volver a misa. A
veces siento nostalgia de los oficios religiosos a los que me llevaban mis
padres, la Semana Santa, la Navidad…
–Esa nostalgia es buena. Tal vez, como
dices, sea hora de volver a tu iglesia. La única recomendación que te hago es
que te mantengas apartado de cualquier clase de fanatismo que encuentres.
–Lejos de mí el fanatismo. No te
preocupes por eso.
–Bien. –Me dijo con una sonrisa
amplia.
– ¿Nunca has intentado documentar
estas sanaciones en los círculos científicos?
–Una vez dos colegas a quienes les
había comentado sobre esto me pidieron que les permitiera venir en uno de mis
viajes con pacientes. Les dije que sí, que me alegraba. Vinieron con cámaras,
trípodes y todos esos aparatos de grabación. Era tanta la emoción que yo sentía
que olvidé pedir autorización a Boito. Cuando ya estábamos aquí le comenté con
cierta aprehensión, pero él no puso ninguna objeción. Fue entonces cuando me di
cuenta de la verdadera intención de mis colegas.
– ¿Cuál era esa intención?
–Desenmascarar un fraude. Un fraude
llamado Boito.
– ¿Qué sucedió?
–No hubo sanaciones delante de ellos
y tampoco pudieron grabar nada. Los aparatos no funcionaron. Cuando estuvimos
en Quito, de regreso, empezaron a funcionar sin ningún problema. Ellos nunca se
han pronunciado al respecto.
–Boito es realmente un hombre
extraordinario; sin embargo, hay algo que no acabo de comprender, ¿por qué me
hizo ese juicio tan severo cuando desperté de los efectos de la ayahuasca si él
lo sabía todo?
–Andrés, hay algo que debes saber. En
esa conversación, que tú llamas juicio, todos tus recuerdos de sucesos
traumáticos fueron cambiados, tu historia fue cambiada, tu pasado fue
modificado. De igual manera, tu presente ya es otro; y en cuanto al futuro, ya
no lo esperas como lo hacías hace una semana.
– ¿Cómo es eso? –pregunté con
asombro.
–Te dejaré solo para que hagas el
ejercicio de recordar cosas que has considerado dolorosas, porque te hicieron
daño o porque te han causado sentimientos de culpa.
En efecto, me quedé solo un rato y,
para mi gran sorpresa, los sucesos que yo consideraba traumáticos en mi vida se
mostraban en mi recuerdo de otra manera. Aquellos acontecimientos en los que
alguien me había causado dolor o humillación eran vistos ahora por mí como
oportunidades de amar y perdonar. El rencor se había convertido en comprensión.
Recordaba ahora a esas personas con un sentimiento de simpatía y compasión. En
cuanto a los sucesos de los cuales me sentía culpable eran ahora contemplados
con un sentimiento de infinito amor hacia mí mismo, hacia ese ser que por
ceguera o ignorancia había cometido actos vergonzosos. Me sentí libre; mi
presente también había cambiado y pensaba en el futuro con esperanza y alegría.
Miré a Juan, que se había alejado varios metros y se encargaba de los
preparativos del viaje de regreso a Quito. Sentí un profundo y genuino afecto
por ese hombre tan íntegro, tan formidable.
**** Cuento escrito por Rodolfo Badel
Troncoso, el 1 de junio de 2019, quien me autorizó, muy amablemente, para
publicarlo en este blog.
Imagen encontrada en internet,
publicada por Artelista. Autor: Raúl Rodríguez Arte, España, “Chamán y
el Lobo”.